(CONDOJUDO)
El 8 de marzo fue adoptado por millones de mujeres que, cada vez en mayor cantidad y con más definidos y ambiciosos objetivos, poblaron calles, plazas, teatros, aulas, medios de prensa de todo el mundo, para denunciar crímenes, violencias y arbitrariedades y exigir justicia y reivindicaciones impostergables.
El 8 de marzo de 1908 fueron carbonizadas 129 costureras de una fábrica estadunidense, en su mayoría jóvenes inmigrantes europeas, como feroz represalia de sus patrones ante la huelga que habían organizado para reclamar mínimos beneficios laborales. En homenaje a ellas, la revolucionaria alemana Clara Zetkin bautizó la fecha en 1910 como Día Internacional de la Mujer trabajadora.
Convertido en tribuna desde 1911, el 8 de marzo fue adoptado por millones de mujeres que, cada vez en mayor cantidad y con más definidos y ambiciosos objetivos, poblaron calles, plazas, teatros, aulas, medios de prensa de todo el mundo, para denunciar crímenes, violencias y arbitrariedades y exigir justicia y reivindicaciones impostergables.
En la América Latina y el Caribe, las mujeres autóctonas o llegadas de otras tierras se saben y se sienten fundadoras de nuestras naciones mestizas, al tiempo que herederas de nuestros orígenes ancestrales; gustosas maestras en los sabores, colores, acentos, ritmos, saberes, mitos, leyendas e historia en que hemos formado a nuestros hijos e hijas; competentes trabajadoras en todos los campos y talleres, en todas las profesiones y oficios; excelentes escritoras, artistas, pensadoras, científicas; tenaces luchadoras por forjar nuestra historia y nuestro presente.
Pero, al mismo tiempo, las mujeres han seguido siendo las que llevan el peso de las tareas domésticas; el cuidado de toda la familia, desde la lactancia hasta la senectud. Las víctimas de la violencia de género en todas sus manifestaciones, con altos índices de femicidio, aberrantes ejemplos de feminicidios y crímenes políticos aún impunes, como los cometidos contra nuestras hermanas Berta Cáceres y Marielle Franco. Las que no reciben igual salario por igual trabajo, o solo alcanzan una mínima participación política y en cargos de dirección. Las que no son dueñas de su cuerpo ni de su destino; pues solo en cinco países de la región, contando a Argentina, que acaba de lograrlo gracias al activismo decidido de sus mujeres, existe el derecho a la interrupción legal del embarazo…
Desde hace poco más de doce meses, la pandemia se ha convertido en un nuevo y cruel desafío para las mujeres latinoamericanas y caribeñas. Han perdido casi la mitad de trabajos y salarios; de estudios y de proyectos. O han tenido que aprender a trabajar, estudiar y crear desde el hogar, donde se contrae el espacio, ahora ocupado todo el tiempo por casi todos; y se duplican las tareas y responsabilidades, con hijos que no asisten a la escuela, pero que hay que educar o entretener; con padres o abuelos que hay que cuidar más que nunca.
Este 8 de marzo tampoco podrán salir a las calles, ni reunirse para seguir en su infatigable batalla por los derechos de mujeres, adolescentes y niñas de nuestros países. Pero aprovecharán todas las tribunas, redes sociales y formas tradicionales de comunicación para hacer sentir sus reclamos y solidaridad con nuestras hermanas.
La Casa de las Américas, fundada en 1959 por Haydee Santamaría, combatiente del Moncada, de la lucha clandestina, de la Sierra Maestra, del exilio, expresa en este día y siempre su solidaridad con las luchas de las mujeres latinoamericanas y caribeñas por sus derechos y, muy particularmente, para que en un futuro post-pandemia haya menos violencia, menos brechas de género y más equidad en nuestra región.
La Habana, marzo de 2021
El texto fue publicado originalmente en www.casadelasamericas.org