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jueves, 23 de julio de 2015



domingo, 19 de julio de 2015


Me arrastro riendo por el tatami.


Sigo el proceso de volver a estar en condiciones de aguantar una clase de Judo sin desfallecer. Me está costando bastante más que de costumbre; físicamente el nivel que tengo es paupérrimo, duermo pocas horas y trabajo demasiadas; la combinación resultante no ayuda en nada a conseguir llegar a un mínimo desde el que pueda sumar e ir mejorando. Ante esa situación que no puedo cambiar ni depende de mí en absoluto, recurro a los viejos recursos que hace décadas me enseñara Sensei Firpo; cuando era un potrillo que no escuchaba, no entendía, no obedecía ni confiaba en lo que me decía. Sostenía y repetía hasta que lo convertía en una letanía que había que estar abierto a aprovechar los errores no provocados cometidos por el compañero o adversario. Los no provocados, los que no esperabas pero aparecían, hasta el más chiquito pues ahí, había una posible ventaja que había que usar. Él lo hacía, no perdonaba ningún error que cometieras y si además pensamos en los que te llevaba a cometer, la idea global se acerca a lo que era hacer Randori con él, un disfrute bestial ante la eficacia, efectividad e ideas que se salían de cualquier guion. En la actualidad, sin fuerza, casi en cero; nada de velocidad física, poca coordinación y pulmones bajo mínimos; solo queda el cerebro que trabaja febril y no alcanza. Al rescate llega el Judo que trabajábamos: Uchi Komis hasta quedar exhaustos; Randoris encadenados casi sin descansos hasta que el agotamiento dejaba de importar, dejabas de sentirlo y el control lo asumían los instintos, los reflejos condicionados y tus muñecas pasaban a ser antenas que captaban cualquier movimiento o intención del otro antes de que se percibiera movimiento, permitiéndote reaccionar antes de que se moviera o de prepararle la trampa donde caería si su ataque no era completamente perfecto y lo más probable es que no lo fuera pues te movías para evitarlo, sabías que pensaba hacer, estabas delante y no lo sabía, tenías la ventaja. Entonces, hoy por hoy, me arrastro por el tatami y solo tengo para esgrimir, aquellas lecciones convertidas en conocimientos un tanto difíciles de plasmar en estas líneas, no son cosas tangibles y hasta resultan esquivas de ver; por supuesto quienes las han vivido, sonríen, conocen el largo camino que lleva hasta ellas y lo complicado que es enseñárselas a los jovencitos, los nuevos potrillos que no saben escuchar, no quieren esforzare y no ven más lejos que su nariz. Y arrastrándome estaba esta semana, buscando avanzar un poquito en el sentido que necesito hacerlo para mejorar mi estado físico general, por eso el Sensei me elige a mis compañeros, me pone solo con potrillos o veteranos que me cuidan, dándome tiempo y espacio para que vaya ganando todo lo que necesito para estar en condiciones de parecerme a ellos; unos y otros trabajan conmigo y para mí; sin olvidarlo ni perderlo de vista, voy sacando del baúl, aquel Judo o el único Judo posible que me enseñaran de joven; el que me permite reír, si reír y disfrutar aunque los pulmones no consigan hacer pasar oxigeno en cantidad suficiente a la sangre, el cerebro note la escases del mismo y me maree y para rematar los gemelos se suban y los calambres sean bestiales. Escapar de una inmovilización bien ejecutada para lo que te dejas cada gramo de tecnica, fuerza y experiencia; aguantar una estrangulación hasta el límite y cruzarlo para salir con un contraataque demoledor o un escape que cae fuera de lo que permitimos en general que intenten quienes están aprendiendo los primeros estadios del Judo pero que nadie me reprocha, es en mi situación que hay que intentarlo o no hacerlo jamás y para eso llevo más de tres decadas fortaleciendo el cuello, los deltoides y mi mente. La risa es más jadeo que risa, la tos me dobla y muéranse del susto: disfruto del placer de ser capaz de intentar semejantes locuras que en definitiva son puro combate contra mis limitaciones y son las que cada clase, me dan un poquito más de capacidad para afrontar las adversidades, dentro y fuera del tatami. ¿Duele? Claro, me duele el cuello hoy por encima de otros dolores, sin embargo no hay dolor suficientemente molesto para impedirme ir a entrenar, a seguir estudiando Judo o a trabajar, yo sé que mi cuello soporta 5 minutos largos de estrangulamiento feroz ejecutado por un Judoka y eso es un universo a mi favor, si un día, necesito ser capaz de aguantarlos pues en juego hay cosas importantes: mi vida, otras vidas u cosas así. Ha ocurrido y puede volver a pasar; entonces es cuando se necesita haber entrenado con seriedad y saber perfectamente que podes y que no podes afrontar. Disfrutar a pesar de las molestias y los obstáculos; hacerlo, disfrutar, de seguir aprendiendo, estudiando, avanzando en la búsqueda de ser efectivo a pesar de cualquier circunstancia adversa, propia o externa y de paso estar disponible para que los jóvenes y no tanto, puedan observar lo que hacen décadas de estudio y práctica, la perseverancia y el trabajo, tantas miles de horas consagradas al Judo. Hoy me ven reír y no entienden cómo puede ser y me veo a mí, con su edad y experiencia, que tampoco lo entendía; cómo tampoco entendía que aquel trabajo facilitaría estas risas al proporcionarme una base tan solida y grande que siempre cuento con recursos para reciclarme y seguir disfrutando al hacer Judo, poniendome ante la disyuntiva de abandonar, dejarlo o afrontar el desafio de superarme al esforzarme para tratar, aunque sea solo tratar, de conseguir salvar el obstaculo y si soy derrotado, estar en condiciones de volver a intentarlo en medio minuto y si insisto lo suficiente, mejorar paulatinamente mis condiciones cómo persona, las de Judoka tambien pero al final son lo mismo.

http://gautanga6.blogspot.com/2015/07/me-arrastro-riendo-por-el-tatami.html?spref=tw&m=1